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Hoy día, soy un hombre más triste y, quiero creerlo, más sabio. Veo
que nuestra no violencia es superficial. Nos quema la indignación. El
gobierno la alimenta con sus actos insensatos. Podría decirse que su deseo
es el de ver el país cubierto de muertos, incendios y pillajes, a fin de
justificar su pretensión de ser el único capaz de reprimirlos. Me parece que
nuestra no violencia sale más de nuestra impotencia como si dentro de
nuestros corazones acariciáramos el deseo de vengarnos no bien se nos
presente la ocasión. ¿Acaso la no violencia voluntaria puede surgir de esta
violencia forzada de los débiles? La que estoy tratando de realizar, ¿no es
una experiencia inútil?
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Y si, cuando estallara la furia, ni uno solo quedara indemne, si la
mano de cada cual se alzara contra el prójimo, ¿de qué serviría entonces que
yo ayune hasta la agonía, después de semejante desastre? Si no son capaces
de la no violencia, adopten lealmente la violencia, ¡pero sin hipocresía! La
mayoría simula aceptar la no violencia... ¡Que conozca entonces su
responsabilidad! Por el momento debe retardarse la desobediencia civil e
imponerse por ahora una obra constructiva... de lo contrario, nos veremos
ahogados en aguas cuya profundidad ni siquiera imaginamos... |
CONTRA LA HIPOCRESÍA
El abogado general tiene razón cuando dice que, como hombre responsable que
recibió una buena porción de educación, así como experiencia en el mundo, yo
debería conocer las consecuencias de mis actos. Yo sabía que jugaba con
fuego, y corrí el riesgo: si me pusieran en libertad, volvería a empezar. He
reflexionado maduramente estas noches. Esta mañana sentí que no cumpliría
con mi deber si no dijera lo que digo en este momento. Me he empeñado y sigo
empeñado en evitar la violencia. La no violencia es el primer artículo de mi
fe, y el último. Pero debía elegir: o bien someterme a un sistema político
que considero como causante de un mal irreparable a mi país, o bien correr
el riesgo de ver desencadenado el furor insensato de mi pueblo cuando
supiera la verdad.
MI PRISIÓN
Yo sé que mi pueblo se vuelve loco a veces, y me enojo profundamente. Es por
eso que estoy aquí para someterme, no a un castigo leve, sino al más pesado.
No pido misericordia, no alego ninguna circunstancia atenuante. Estoy aquí
en prisión para pedir y aceptar gozoso la pena más alta que pueda infligirse
por lo que, de acuerdo con la ley, es un delito deliberado y que me parece
el primer deber de un ciudadano. ¡Jueces, elijan: dimitan o castíguenme!
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