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Eso es lo que la gente dice de mí, y está en lo cierto, porque soy muy fanático y siendo predilección tanto por la destrucción como por la construcción. Mi corazón odia lo que mis detractores santifican y ama lo que ellos rechazan. Y si pudiera desarraigar algunas costumbres, creencias y tradiciones de la gente, lo haría sin dudar. Cuando afirman que mis libros son un veneno, dicen la verdad, porque lo que yo digo es veneno para ellos. Pero mienten cuando dicen que lo mezclo con miel, porque yo uso el veneno en toda su potencia y lo sirvo en un vaso transparente. Los que me llaman realista que anda en las nubes son los mismos que se alejan del vaso transparente que contiene lo que llaman veneno, porque saben que sus estómagos no lo resisten.

 

Puede sonar truculento, pero ¿acaso la truculencia no es preferible a la simulación seductora?

 

Los pueblos del Oriente quieren que el escritor sea como una abeja y esté siempre libando miel. Glotones de mil, la prefieren a cualquier otro alimento.

 

Los pueblos del Oriente quieren que sus poetas se quemen como incienso ante sus sultanes. Los cielos orientales están nauseabundos de incienso, pero los pueblos de Oriente no tienen bastante.

 

Quieren que el mundo aprenda su historia, estudie sus antigüedades, costumbres y tradiciones y

qué adquiera su lengua. También cuentan con que los que los conocen no repetirán las palabras de Baidaba el filósofo, Ben Rished, Ephraim Al-Cyriani y Juan de Damasco.

 

Los pueblos del Oriente, en síntesis, quieren hacer de su pasado una justificación y un lecho de ocio. Huyen del pensamiento positivo y de las enseñanzas positivas y de cualquier conocimiento de la realidad que pueda aguijonearlos y despertarlos de su sueño.

 

El Oriente está enfermo, pero está tan acostumbrado a sus dolencias que ha llegado a considerarlas naturales y hasta nobles cualidades que lo distinguen de otros pueblos.

 

Considera que quien no tiene esas cualidades está incompleto y es inepto para recibir el don divino de la perfección.

 

En Oriente los médicos de la sociedad son muchos, y muchos los pacientes que siguen sin curarse, pero parecen aliviados de sus enfermedades porque se encuentran bajo los efectos de narcóticos sociales. Pero esos tranquilizantes sólo enmascaran los síntomas.

 

Varias son las fuentes de las que se destilan esos narcóticos, pero la principal es la filosofía oriental de la sumisión al destino (la obra de Dios). Otra fuente es la cobardía de los médicos sociales qué

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