Otro buen remedio es mandar colonias a uno o dos lugares que sean como
llaves de aquel Estado; porque es precise hacer esto o mantener numerosas
tropas. En las colonias no se gasta mucho, y con esos pocos gastos se las
gobierna y conserva, y sólo se perjudica a aquellos a quienes se arrebatan
los campos y las casas para darlos a los nuevos habitantes, que forman una
mínima parte de aquel Estado. Y come los damnificados son pobres y andan
dispersos, jamás pueden significar peligro; y en cuanto a los demás, como
por una parte no tienen motivos para considerarse perjudicados, y por la
otra temen incurrir en falta y exponerse a que les suceda lo que a los
despojados, se quedan tranquilos. Concluyo que las colonias no cuestan, que
son mis fieles y entrañan menos peligro; y que los damnificados no pueden
causar molestias, porque son pobres y están aislados, come ya he dicho.
Ha de notarse, pues, que a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos,
porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; así que
la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible
vengarse.
Si en vez de las colonias se emplea la ocupaci6n militar, el gasto es mucho
mayor, porque el mantenimiento de la guardia absorbe las rentas del Estado y
la adquisición se convierte en pérdida, y, además, se perjudica e incomoda a
todos con el frecuente cambio del alojamiento de las tropas. Incomodidad y
perjuicio que todos sufren, y por los cuales todos se vuelven enemigos; y
son enemigos |
que deben temerse, aun cuando permanezcan encerrados en sus casas. La
ocupación militar es, pues, desde cualquier punto de vista, tan inútil como
útiles son las colonias.
El príncipe que anexe una provincia de costumbres, lengua y organización
distintas a las de la suya, debe también convertirse en paladín y defensor
de los vecinos menos poderosos, ingeniarse para debilitar a los de mayor
poderío y cuidarse de que, bajo ningún pretexto, entre en su Estado un
extranjero tan poderoso como él. Porque siempre sucede que el recién llegado
se pone de parte de aquellos que, por ambición o por miedo, están
descontentos de su gobierno, como ya se vio cuando los etolios llamaron a
los romanos a Grecia: los invasores entraron en las demás provincias
llamados por sus propios habitantes. Lo que ocurre comúnmente es que, no
bien un extranjero poderoso entra en una provincia, se le adhieren todos los
que sienten envidia del que es más fuerte entre ellos, de modo que el
extranjero no necesita gran fatiga para ganarlos a su causa, ya que en
seguida y de buena gana forman un bloque con el Estado invasor. Sólo tiene
que preocuparse de que después sus aliados no adquieran demasiada fuerza y
autoridad, cosa que puede hacer fácilmente con sus tropas, que abatirán a
los poderosos y lo dejarán árbitro único de la provincia. El que, en lo que
a esta parte so refiere, no gobierne bien perderá muy pronto lo que hubiere
conquistado, y aun cuando lo conserve, tropezará con infinitas dificultades
y obstáculos.
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