En primer lugar, me parece que es más fácil conservar un Estado hereditario,
acostumbrado a una dinastía, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el
orden establecido por los príncipes anteriores, y contemporizar después con
los cambios que puedan producirse. De tal modo que, si el príncipe es de
mediana inteligencia, se mantendrá siempre en su Estado, a menos que una
fuerza arrolladora lo arroje de él; y aunque así sucediese, sólo, tendría
que esperar; para reconquistarlo, a que el usurpador sufriera el primer
tropiezo.
Tenemos en Italia, por ejemplo, al duque de Ferrara, que no resistió los
asaltos de los venecianos en el 84 (1484) ni los del papa Julio en el 10
(1510), por motivos distintos de la antigüedad de su soberanía en el
dominio. Porque el príncipe natural tiene menos razones y menor necesidad de
ofender: de donde es lógico que sea más amado; y al menos que vicios
excesivos le atraigan el odio, es razonable que le quieran con naturalidad
los suyos. Y en la antigüedad y continuidad de la dinastía se borran los
recuerdos y los motivos que la trajeron, pues un cambio deja siempre la
piedra angular para la edificación de otro.
Capitulo III
DE
LOS PRINCIPADOS MIXTOS
Pero las dificultades existen en los principados nuevas. Y si no es nuevo
del todo, sino como miembro agregado a un conjunto anterior, que puede
llamarse así mixto, sus incertidumbres nacen en |
primer lugar de una natural dificultad que se encuentra en todos los
principados nuevos. Dificultad que estriba en que los hombres cambian con
gusto de Señor, creyendo mejorar; y esta creencia los impulsa a tornar las
armas contra él; en lo cual se engañan, pues luego la experiencia les enseña
que han empeorado. Esto resulta de otra necesidad natural y común que hace
que el príncipe se vea obligado a ofender a sus nuevos súbditos, con tropas
o con mil vejaciones que el acto de la conquista lleva consigo. De modo que
tienes por enemigos a todos los que has ofendido al ocupar el principado, y
no puedes. Conservar como amigos a los que te han ayudado a conquistarlo,
porque no puedes satisfacerlos como ellos esperaban, y puesto que les estás
obligado, tampoco puedes emplear medicines fuertes contra ellos; porque
siempre, aunque se descanse en ejércitos poderosísimos, se tiene necesidad
de la colaboración de los “provincianos” para entrar en una provincia. Por
estas razones, Luis XII, rey de Francia, ocupó rápidamente a Milán, y
rápidamente lo perdió; y bastaron la primera vez para arrebatárselo las
mismas fuerzas de Ludovico Sforza; porque los pueblos que le habían abierto
las puertas, al verse defraudados en las esperanzas que sobre el bien futuro
habían abrigado, no podían soportar con resignación las imposiciones del
nuevo príncipe.
Bien es cierto que los territorios rebelados se pierden con más dificultad
cuando se conquistan por segunda vez, porque el señor, aprovechándose de la
rebelión, vacila menos en asegurar su poder |
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