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ama y reverencia. As? pues, esta pasión cruel y enemiga nada tiene de útil en sí misma, sino que, por el contrario, arrastra consigo todos los males, el hierro y el fuego; pisotea el pudor, se mancha las manos de sangre y dispersa los miembros de sus hijos. Nada deja al abrigo de sus crímenes; sin recuerdo de la gloria, sin temor de la infamia, hácese incorregible, cuando la ira se endurece hasta el odio.

 

        XLII. Huyamos de este mal, purguemos nuestra mente, extirpemos este vicio hasta en sus raíces, que, por débiles que sean, donde nacieron vuelven a brotar: no procuremos calmar la ira, sino desterrarla por completo; porque, ¿qué temperamento ha de guardarse con una cosa mala? y así lo conseguiremos, si nos empeñamos en ello. Nada nos aprovechará tanto como el pensamiento de la muerte: dígase cada cual como si hablase a otro: «¿De qué sirve dar rienda suelta a la ira, corno si hubiese nacido para la eternidad y disipar esta corta existencia? ¿De qué sirve trocar en dolor y tormentos de otros, días que pueden pasarse en honestas complacencias??Estos bienes no permiten prodigalidad, ni tenemos tiempo que perder. ¿Por qué precipitarnos al combate? ¿Por qué provocar el peligro? ¿Por qué? olvidando nuestra debilidad, cargarnos con pesadas enemistades, y siendo tan frágiles, alzarnos para quebrantar a los otros. La fiebre, o cualquiera otra enfermedad del cuerpo, impedirá muy pronto las violencias de estos odios que llevamos en implacable pecho: muy pronto se interpondrá la muerte entre los que luchan con más

obstinación. ¿Por qué sublevarnos y perturbar nuestra vida con discordias? El hado se cierne sobre nuestra cabeza, registra los días perdidos y se va acercando de hora en hora. Ese momento que destinas a la muerte de otro, se encuentra tal vez muy cercano de la tuya.

 

        XLIII. ¿Por qué no has de recoger más bien tu corta vida, y hacerla tranquila para ti y para los demás? ¿Por qué no has de procurar más bien hacerte amar durante tu existencia y lamentar después de tu muerte? ¿Por qué has de trabajar en la caída del que te trata con altivez? ¿Por qué has de empeñarte en asustar con tus fuerzas a ese otro que ladra detrás de ti, y que, vil y despreciable, es molesto para sus superiores? ¿Por qué irritarte contra tu esclavo, contra tu señor, contra tu patrono, contra tu cliente? Ten paciencia por un momento: he aquí la muerte que viene, y a todos nos hace iguales. Con frecuencia nos divertimos en los espectáculos matinales de la arena, al ver la lucha de leones y toros encadenados juntos: desgárrense mutuamente, y allá está esperando el que ha de rematarles. Exhalamos vida a la vez que respiramos. Mientras permanezcamos entre los hombres, respetemos la humanidad: no seamos para nadie causa de temor o de peligro: despreciemos las pérdidas, las injurias, las ofensas, las murmuraciones, y soportemos con magnanimidad pasajeros contratiempos. Al volver la cabeza, como suele decirse, encontramos la muerte.

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