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de armas, y a su frente Tulio Cimber, acérrimo partidario suyo poco antes, y otros muchos que se hicieron Pompeyanos después de la muerte de Pompeyo.

 

        XXXI. Esto mismo es lo que ha vuelto las armas de los súbditos contra los reyes, lo que ha impulsado a los más fieles a tramar la muerte de aquellos por los cuales y ante los cuales habían jurado morir. Nadie está contento de su fortuna cuando contempla la de los otros. De aquí que nos irritemos hasta contra los dioses, porque otro nos adelanta, olvidando cuantos quedan a nuestra espalda y envidiando a unos pocos la envidia que llevan detrás. Tal es, sin embargo, la exigencia de los hombres; aunque hayan recibido mucho, tienen por injuria haber podido recibir más. ¿Me dio la pretura? esperaba el consulado. ¿Me dio los doce haces? pero no me hizo cónsul ordinario. ¿Quiso que el año llevase mi nombre? pero me faltó para el sacerdocio. ¿Se me admitió en un colegio de pontífices? ¿Y por qué en uno solo? ¿Me llevó a la cumbre de la grandeza? pero no aumentó mi patrimonio. Me dio lo que había de dar a alguno; de lo suyo no me dio nada. Pero más bien has de darle gracias por lo recibido; espera lo demás, y regocijate por no encontrarte repleto aún. Felicidad es que todavía queda algo que esperar. ¿Los has vencido a todos? alégrate de ocupar el primer puesto en el corazón de tu amigo. ¿Te vencen muchos? considera cuanto más numerosos son los que te siguen que los que te preceden.

        XXXII. ¿Preguntas cuál es tu error más grande? formas malos cálculos: estimas en mucho lo que das y en poco lo que recibes. Procuremos no obrar con el uno como con el otro: contengamos la ira delante de éste por temor, delante de aquél por reserva, delante del otro por desdén. ¡Gran, cosa haríamos sin duda arrojando a un calabozo a un desgraciado esclavo! ¿Por qué hemos de apresurarnos a azotarle en el acto, a romperle desde luego las piernas? No perderás tu derecho por aplazar su ejercicio. Deja que llegue la hora en que mandarás por ti mismo, porque ahora hablas bajo el imperio de la ira; cuando haya pasado veremos en cuánto estimas el delito: en esto nos engañamos principalmente: venimos al hierro, a las penas capitales; castigamos con las cadenas, la prisión, el hambre, una falta que apenas merecía ligero castigo. «¿Por qué dices, nos mandas considerar cuán pueriles son, frívolas y miserables las cosas que tomamos por injurias? Por mi parte, no puedo aconsejarte cosa mejor sino que te eleves a nobles sentimientos, y consideres en toda su humildad y abyección esas pequeñeces por las que nos quejamos, corremos, nos sofocamos y no merecen una mirada del alma elevada y generosa. El tumulto más grande se encuentra alrededor del dinero: éste es el que fatiga los foros, pone en lucha a los padres con los hijos, confecciona los venenos, entrega la espada tanto a los asesinos como a las legiones, y se encuentra siempre regado con sangre: por el dinero se convierten en ruidosos litigios las noches de los maridos y de las esposas, acude la

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