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motivos, no solamente justos, sino que también honestos, para oponérsenos. Uno defiende a su padre, otro a su hermano, éste a su tío, aquél a su amigo; y, sin embargo, no les perdonamos que lo hagan; les censuraríamos que no lo hicieran; o más bien, lo que es increíble, alabamos el hecho y censuramos al que lo realiza.

 

        XXIX. Y ¡a fe mía! el varón grande y justo admira hasta entre sus enemigos a aquel cuyo valor se obstina en defender la salvación y libertad de la patria: querría tenerle como conciudadano, como soldado. Cosa torpe es odiar al que se estima; ¡cuánto más torpe es odiarlo por lo mismo que merece nuestra indulgencia; si prisionero y reducido repentinamente a la esclavitud, conserva todavía algunos restos de su libertad, y no acude como presuroso a los oficios más sórdidos y viles; si debilitado por la ociosidad no puede seguir la carrera del caballo o la carroza de su señor; si fatigado por continuas vigilias cede al sueño; si rehúsa los trabajos rústicos o los desempeña con languidez, obligado a cambiar la suave servidumbre urbana por tareas tan rudas! Distingamos la impotencia de la mala voluntad, y perdona-remos con mucha frecuencia si examinamos antes de irritarnos, Pero cedemos al primer impulso; en seguida, a pesar de la puerilidad de nuestros arrebatos, insistimos en ellos para que no parezca que nos irritamos sin razón, y lo más injusto de todo es que la injusticia de la ira la hace más obstinada. Retenémosla y la aumentamos como si su exceso fuese prueba de su justicia. ¡Cuánto

mejor sería considerar las primeras causas en toda su ligereza e insignificancia! Lo que observas en los animales ves que acontece en el hombre: pertúrbale una frivolidad, una sombra.

 

        XXX. El color rojo excita al toro; el áspid se levanta delante de una sombra; un lienzo blanco alarma a los osos y leones. Todo lo que es naturalmente cruel e irritable se espanta por cosas vanas. Lo mismo acontece con los espíritus inquietos y débiles: alármanse por sospecha de las cosas, y hasta tal punto, que muchas veces consideran injurias favores ligeros, que vienen a ser fecunda y amarga fuente de su ira. Irritámonos contra nuestros mejores amigos porque han hecho por nosotros menos de lo que habíamos imaginado, menos que recibieron otros; cuando en ambos casos es otro el remedio. ¿Concedió más a otro? gocemos de lo que tenemos sin hacer comparaciones: nunca será feliz el que desea felicidad mayor. Tengo menos de lo que esperaba, pero tal vez esperaba más de lo que debía. Mucho debe temerse esto: de aquí nacen las iras más peligrosas, que atacan a lo más santo. Para matar al divino Julio concurrieron menos enemigos que amigos, cuyas insaciables esperanzas no había satisfecho. Así lo quiso, sin duda, porque nadie usó jamás tan generosamente de la victoria, de la que no se reservó otra cosa que el derecho de repartir sus frutos: ¿y cómo atender a tantas pretensiones inmoderadas, cuando cada uno pedía para si todo lo que uno solo podía dar? Por esto vio brillar en derredor de su silla las espadas de sus compañeros

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