absorbe mucho tiempo y nos expone a multitud de ofensas por una sola que nos
molesta. En todos dura más la ira que la injuria: ¿no es mejor seguir otro
camino y no oponer vicios a vicios? ¿Te parecería en sano juicio el que
devolviese la coz al mulo o el mordisco al perro? «Pero esos animales,
dices, no saben que obran mal. En primer lugar, es muy injusto aquel para
quien el nombre de hombre excluye la indulgencia: además, si los otros
animales escapan de tu ira porque son irracionales, debes colocar en la
misma línea a todo aquel que carece de razón. ¿Qué importa que se diferencie
en todo lo demás de los animales irracionales, si se les parece en aquello
que hace excusemos sus faltas, en la ceguedad de la mente? Ha ofendido: ¿es
la primera vez? ¿Es la última? No debes creerle aunque diga: No lo hará más.
Ofenderá otra vez y otro le ofenderá a él, y toda la vida girará entre
errores. Hemos de tratar mansamente a lo que es intratable. Lo que se
acostumbra decir en medio del dolor, puede decirse con mucha eficacia en la
ira: ¿Cesará alguna vez o nunca? Si ha de cesar, ¿no es mejor abandonar la
ira que ser abandonado por ella? Si ha de durar siempre, ¡contempla qué vida
tan borrascosa te preparas! ¡Qué henchido de hiel habrás de estar!
XXVIII. Añade también que, si tú mismo no enciendes tu ira y
renuevas sin cesar los estímulos que deben alimentarla, se extinguirá por sí
misma y diariamente perderá fuerzas: ¿Y no será mucho mejor que caiga
vencida por ti, que vencida por sí misma? Te irritas contra éste, después
contra aquél,
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contra tus esclavos, contra tus libertos, contra tus padres, contra tus
hijos, contra conocidos, contra desconocidos; y por todas partes abundan
motivos si el buen juicio no interviene. El furor te arrastrará de aquí para
allá y más lejos aún, y como a cada paso surgirán nuevos estímulos, la rabia
no te abandonar. ¡Vamos, desgraciado! ¿Cuándo amarás? ¡Oh, qué hermoso
tiempo pierdes en cosas malas! ¿Cuánto más dulce sería hacerse amigos desde
luego, calmar enemigos, servir a la república, dedicar los cuidados a los
asuntos domésticos, antes que ir buscando por todas partes el daño que
puedes hacer a alguno para ofenderle en su dignidad, en su patrimonio o en
su persona, cuando no puedes conseguirlo sin combate ni peligro, aunque
luchases con un inferior? Supón que te lo presentan atado y entregado a tu
arbitrio para que le atormentes; con frecuencia el que descarga violentos
golpes se desarticula el brazo, o se rasga la mano con los dientes que
rompe. La ira ha hecho muchos mancos, muchos enfermos, hasta cuando ha
encontrado materia pasiva. Además, no hay ser tan débil al que pueda
destruirse sin peligro: el dolor o la casualidad hace a las veces al más
débil igual al más fuerte. Y también la mayor parte de las cosas porque nos
irritamos, antes nos contrarían que nos ofenden; y media mucha diferencia
entre oponerse a nuestra voluntad y no servirla, entre arrancarnos algo y no
dárnoslo: sin embargo, colocamos en la misma línea al que toma y al que
rehúsa, al que destruye nuestras esperanzas y al que las aplaza, al que obra
contra nosotros o en provecho propio, al que ama a otro y al que nos odia. Y
muchos, en verdad, tienen
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