palacio. Desde entonces pasó Timogenes su vejez en casa de Asinio Polión, y
toda la ciudad se lo disputaba. La expulsión del palacio del César no le
cerró ninguna puerta. Más adelante recitó y quemó las historias que había
escrito, y entregó al fuego los libros que contenían los anales de César
Augusto. Enemigo era del César y nadie temió su amistad; nadie de alejó de
él como de hombre herido por el rayo, encontrando, quien le abriese los
brazos cuando caía de tan alto. César, como he dicho, lo soportaba con
paciencia, y no se conmovió porque hubiese destruido los anales de su gloria
y de sus bellas acciones. Jamás censuró al que hospedaba a su enemigo, y
solamente dijo una vez a Asinio Polión: «». Como éste se preparaba a
excusarse, se le adelantó diciéndole: «Goza, querido Polión, goza de tu
hospitalidad. Y cuando Polión replicó «Si lo mandas, César, lo expulsará de
mi casa. -¿Crees que hará eso, dijo, cuando soy yo quien os ha reconciliado?
Polión había estado algún tiempo disgustado con Timogenes y no tuvo otra
causa para desistir de su resentimiento que el haber comenzado el de César.
XXIV. Dígase cada cual siempre que se le ofende: ¿Soy yo más
poderoso que Philipo? Sin embargo, se le ultrajó impunemente. ¿Puedo yo más
en mi casa que el divino Augusto en el mundo entero? Se contentó sin
embargo, con separarse de su detractor. ¡Cómo! ¿Castigará con el tigo y el
hierro la respuesta demasiado atrevida de un esclavo, su aspecto hosco o su
murmullo que no llega hasta
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mí ¿Quién soy yo para que sea delito ofender mis oídos? Muchos han perdonado
a sus enemigos, ¿y yo no perdonaré a un esclavo perezoso, negligente o
hablador? Excúsese el niño con su edad, con su sexo la mujer, con su
libertad el extranjero y el criado con la familiaridad. ¿Acaso es la primera
vez que nos desagrada? recordemos cuántas nos ha complacido. ¿Nos ha
ofendido muchas veces? soportemos lo que hemos soportado tanto tiempo. ¿Es
un amigo quien nos ofende? ha hecho lo que no quería. ¿Es un enemigo? ha
hecho lo que debía. Cedamos al prudente, perdonemos al insensato, y
digámonos en cuanto a todos: hasta los varones más sabios caen en multitud
de faltas; que no hay nadie tan circuíspecto que no olvide alguna vez su
cuidado, nadie tan sensato que no abandone alguna vez su gravedad en la
viveza de algún arrebato, nadie tan precavido contra el ultraje que no
incurra en el defecto que quiere evitar.
XXV. Así como el hombre vulgar encuentra en el derrumbamiento de la
fortuna de los grandes consuelo a sus males, y llora con menos amargura en
un rincón la muerte de su hijo al ver dolorosos funerales que salen de un
palacio, así también cada cual soportará con más resignación algunas
ofensas, algunos desprecios al pensar que no hay poder, por grande que sea,
que se encuentre al abrigo de injurias. Y si los más prudentes delinquen,
¿qué error carece de legítima excusa? Recordemos cuántas veces se mostró
nuestra juventud poco celosa de sus deberes, poco cauta en sus palabras,
poco sobria en
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