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Capítulo XV

 

Dirá alguno: ¿qué cosa prohíbe que no puedan unirse la virtud y el deleite, y hacer un sumo bien, de modo que una misma cosa sea honesta y  deleitable? Porque la parte de lo honesto no puede dejar de ser juntamente  deleitable, ni el sumo bien puede gozar de su sinceridad, si viere en sí  cosa disímil de lo mejor, y el gozo que se origina de la virtud, aunque es  bueno, no es parte de bien absoluto, como no lo son la alegría y la tranquilidad, aunque nazcan de hermosísimas causas: porque éstos son  bienes que siguen al sumo bien, pero no le perfeccionan. Y así el que  injustamente hace unión del deleite y la virtud, con la fragilidad del un  bien, debilita el vigor del otro; y pone en servidumbre la libertad, que  fuera invencible si no juzgara había otra cosa más preciosa: porque con  esto viene a necesitar de la fortuna, que es la mayor esclavitud, y luego  se le sigue una vida congojosa, sospechosa, cobarde, temerosa y pendiente  de cada instante de tiempo. Tú que haces esto, no das a la virtud  fundamento inmóvil y sólido, antes quieres que esté en lugar mudable: porque, ¿qué cosa hay tan inconstante como la esperanza de lo fortuito y la variedad de las cosas que aficionan al cuerpo? ¿Cómo podrá éste obedecer y recibir con buen ánimo cualquiera suceso, sin quejarse  de los hados? ¿Y cómo será benigno intérprete de los acontecimientos, si  con cualesquier picaduras de los deleites se altera? ¿Cómo podrá ser buen  amparador y defensor de su patria y de sus amigos el que se inclina a los deleites? Póngase, pues, el sumo bien en lugar donde con ninguna fuerza pueda ser derribado, y donde no tengan entrada el dolor, la esperanza, el temor ni otra alguna cosa que deteriore su derecho: porque a tan grande altura sola

puede subir la virtud, y con sus pasos se ha de vencer esta  cuesta: ella es la que estará fuerte, y sufrirá cualesquier sucesos, no  sólo admitiéndolos, sino deseándolos: conociendo que todas las  dificultades de los tiempos son ley de la naturaleza, y como buen soldado  sufrirá las heridas, contará las cicatrices, y atravesado con las picas,  amará muriendo al emperador por cuya causa muere, teniendo en el ánimo  aquel antiguo precepto, Amar a Dios. Pero el que se queja, llora y gime, y  hace forzado lo que se le manda, viene compelido a la obediencia: pues  ¿qué locura es querer más ser arrastrado que seguir con voluntad? Tal, por  cierto, como sería ignorancia de tu propio ser, el dolerte y lamentarte de que te sucedió algún caso acerbo; o admirarte igualmente, o indignarte de  aquellas cosas que suceden así a los buenos como a los malos, cuales son  las enfermedades, las muertes y los demás accidentes que acometen de  través a la vida humana. Todo lo que por ley universal se debe sufrir, se ha de recibir con gallardía de ánimo; pues el asentarnos a esta milicia, fue para sufrir todo lo mortal, sin que nos turbe aquello que el evitarlo no pende de nuestra voluntad. En reino nacimos y el obedecernos es  libertad.

 

Capítulo XVI

 

Consiste, pues, la verdadera felicidad en la virtud: ¿y qué te  aconsejará ésta? Que no juzgues por bien o por mal lo que te sucediere sin  virtud o sin culpa, y que después de esto seas inmóvil del bien para el  mal, y que en todo lo posible imites a Dios. Y por esta pelea, ¿qué se te  promete? Cosas grandes, iguales a las divinas: a nada serás forzado, de  ninguna cosa tendrás necesidad; serás libre, seguro y sin ofensa; ninguna  cosa intentarás en vano: ninguna hallarás estorbo; todo

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