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oídos con músicas, los ojos con espectáculos y  el paladar con guisados. Pues advierte que todo su cuerpo está desafiado  de blandos y muelles fomentos; y porque las narices no estén holgando, se  inficiona con varios hedores aquel lugar donde se hacen las exequias a la  lujuria. Podrás decirme de éstos que viven en deleites, pero no que lo  pasan bien, pues no gozan del bien.

 

Capítulo XII

 

Dirás que les irá mal, porque intervienen muchas cosas que les  perturban el ánimo, y las opiniones entre sí encontradas les inquietan la  mente. Confieso que esto es así, mas con todo eso, siendo ignorantes y  desiguales, y sujetos a los golpes del arrepentimiento, reciben grandes  deleites: de suerte que es forzoso confesar están tan lejos del disgusto  cuanto del buen ánimo, sucediéndoles lo que a muchos que pasan una alegre  locura, y con risa se hacen frenéticos. Pero al contrario, los  entretenimientos de los sabios son detenidos y modestos, y como encarcelados y casi incomprensibles porque ni son llamados, ni cuando ellos vienen son tenidos en estimación, ni son recibidos con alegría de los que los gozan, porque los mezclan y entrometen en la vida como juego y entretenimiento en las cosas graves. Dejen, pues, de unir lo que entre sí  no tiene conveniencia, y de mezclar con la virtud el deleite, que eso es  lisonjear con todo género de males al vicio, con lo cual el distraído en  deleites y el siempre vago y embriagado viendo que vive con ellos, piensa  que asimismo vive con virtud, por haber oído que no puede estar separado  de ella el deleite, y con esto intitula a sus vicios con nombre de  sabiduría, sacando a luz lo que debiera estar escondido: con lo cual 

frecuenta sus vicios, no impelido de la doctrina de Epicuro, sino porque  entregado a sus culpas, las quiere esconder en el seno de la filosofía,  concurriendo a la parte donde oye alabar los deleites. Y tengo por cierto que no hacen estimación del deleite de Epicuro (así lo entiendo) por ser seco y templado, sino que solamente se acogen a su amparo y buscan su patrocinio, con lo cual pierden un solo bien que tenían en sus culpas, que  era la vergüenza, y así alaban aquello de que solían avergonzarse, y  gloriarse del pecado, sin que a la juventud le quede fuerzas para  levantarse desde que a la torpe ociosidad se le arrimó un honroso nombre.

Capítulo XIII

 

Por esta razón es dañosísima la alabanza del deleite, porque los preceptos saludables están encerrados en lo interior, y lo aparente es lo  que daña. Mi opinión es (diré, aunque sea contra el gusto de nuestros  populares), que lo que enseñó Epicuro son cosas santas y rectas y aun  tristes, si te acercares más a ellas, porque aquel deleite se reduce a  pequeño y débil espacio, y la ley que nosotros ponemos a la virtud la puso  él al deleite, porque le manda que obedezca a la naturaleza, para la cual  es suficiente lo que para el vicio es poco. ¿Pues en qué consiste esto? En  que aquel (séase quien se fuere) que llama felicidad al abatido oficio, al  pasar de la gula a la lujuria, busca buen autor a cosa que es de suyo  mala; y mientras se halla inducido de la blandura del nombre, sigue el  deleite; pero no es el que oye, sino el que él trae; y como comienza a  juzgar que sus vicios son conformes con las leyes, entrega a ellos, no  ya tímida ni paliadamente, sino en público y sin velo, y dase a la lujuria  sin cubrirse la cabeza. Así que yo no digo lo que muchos de

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