ésta obedece la razón y con ella se aconseja, según lo cual es lo mismo
vivir bien que vivir conforme a los preceptos de la naturaleza. Yo
declararé cómo ha de ser esto: Si miráremos con recato y sin temor los
dotes del cuerpo y las cosas ajustadas a la naturaleza, juzgándolos como
bienes transitorios y dados para solo un día, y si no entráremos a ser sus
esclavos, ni tuvieren posesión de nosotros; si los que son deleitables al
cuerpo y los que vienen de paso los pusiéremos en el lugar en que
suelen ponerse en los ejércitos los socorros y la caballería ligera. Estos
bienes sirvan y no imperen, que con éstos serán útiles al ánimo. Sea el
varón incorrupto y sin dejarse vencer de las cosas externas; sea estimador
de sí mismo; sea artífice de su vida, disponiéndose a la buena o mala
fortuna; no sea su confianza sin sabiduría, y sin constancia persevere en
lo que una vez eligiere, sin que haya cosa que se borre en sus
determinaciones. También se debe entender, aunque yo no lo diga, que este
varón ha de ser compuesto, concertado, magnífico y cortés; ha de tener una
verdadera razón, asentada en los sentidos, tomando de ella los principios,
porque no hay otros en que estribar, ni donde se tome la carrera para
llegar a la verdad y volver sobre sí. Haga nuestro ánimo lo mismo, y
cuando, habiendo seguido sus sentidos, hubiere por ellos pasado a las cosas
externas, tenga autoridad en ellas y en sí, y (para decirlo en este modo)
eche prisiones al sumo bien, que de esta suerte se hará una fortaleza y una
potestad acorde, de la cual nacerá una razón fija, no desconfiada, ni
dudosa en las opiniones, ni en las doctrinas, ni en la persuasión de sí
mismo; y cuando ésta se dispone y se ajusta en sí y, por decirlo en una
palabra, cuando hiciere consonancia, habrá llegado a conseguir el sumo bien,
porque entonces no le queda cosa mala ni
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repentina, ni en que encuentre, o con que vacile. Hará todas las cosas por
su imperio, y ninguna impensadamente; lo que hiciere le saldrá bien, con
facilidad y sin repugnancia; porque la pereza y la duda dan indicios de
pelea y de inconstancia. Por lo cual, con osadía has de defender que el
sumo bien es una concordia del ánimo, y que las virtudes están donde
hubiere conformidad y unidad, y que los vicios andan siempre en continua
discordia.
Capítulo IX
Dirá que no por otra razón reverencio la virtud sino porque de ella espero
algún deleite. Lo primero digo, que aunque la virtud da deleite, no es esa
la causa porque se busca, que no trabaja para darle; si bien su trabajo,
aunque mira a otros fines, da también deleite, sucediendo lo que a los
campos, que estando arados para las mieses dan también algunas flores, y
aunque éstas deleitan la vista, no se puso para ellas el trabajo, que otro
fue el intento del labrador, y sobrevínole éste. De la misma manera el
deleite no es paga ni causa de la virtud, sino una añadidura, y no agrada
porque deleita, sino deleita porque agrada. El sumo bien consiste en el
juicio y en el hábito de la buena intención, que en llenando el pecho y
ciñéndose en sus términos, viene a estar en perfección sin desear cosa
alguna; porque como no hay cosa que esté fuera del fin, tampoco la hay
fuera del todo; y así, yerras cuando preguntas qué cosa es aquella por quien
busco la virtud, que eso sería buscar algo sobre lo supremo. ¿Pregúntame qué
pido a la virtud?; pido la misma virtud, porque ella no tiene otra cosa que
sea mejor, y es la paga de sí misma. Dirá: -¿Pues esto poco es cosa tan
grande?- ¿No te he dicho que el sumo bien es un vigor inquebrantable de
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