ánimo, y al que siendo venerador de lo bueno y estando contento con la
virtud, no le ensoberbecen ni abaten los bienes de la fortuna, y al que no
conoce otro mayor bien que el que se pueda dar a sí mismo, y al que tiene
por sumo deleite el desprecio de los deleites. Y si tuvieres gusto de
esparcirte más, podrás con entera y libre potestad extender este pensamiento
a diferentes haces; porque ¿cuál cosa nos puede impedir el llamar dichoso,
libre, levantado, intrépido y firme al ánimo que está exento de temor y
deseos, teniendo por sumo bien a la virtud y por solo mal a la culpa? Todo
lo demás es una vil canalla, que ni quita ni añade a la vida
bienaventurada, yendo y viniendo sin causar al sumo bien aumento ni
disminución. Forzoso es que al que está tan bien fundado (quiera o no
quiera) se le siga una continua alegría y un supremo gozo venido de lo alto,
porque vive contento con sus bienes, sin codiciar cosa fuera de sí. ¿Por
qué, pues, no ha de poner en balanza estas cosas con los pequeños, frívolos
y poco perseverantes movimientos del cuerpo, siendo cierto que el mismo día
que se hallare en deleite se hallará en dolores?
Capítulo V
¿No echas de ver en cuán mala y perniciosa esclavitud servirá aquel a quien
alternadamente poseyeren, o ya los deleites, o ya los dolores, dueños
inciertos y de flacas fuerzas? Conviene, pues, buscar la libertad, y
ninguna otra cosa la da sino el desprecio de la fortuna, de que nace
un inestimable bien, que es la quietud del ánimo, colocado en lugar seguro,
y una sublimidad y un gozo inmóvil, que tiene su origen de conocer la
quietud y latitud del ánimo, de quien recibe deleites, no como bienes, sino
como nacidos de
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su bien. Y porque he comenzado a mostrarme liberal, digo que también puede
llamarse bienaventurado aquel que, por beneficio de la razón, ha llegado a
no desear y a no temer; que aunque las piedras y los animales carecen de
temor y tristeza, nadie los llamó dichosos, faltándoles el conocimiento de
la dicha. En el mismo número puedes contar y poner aquellos hombres a quien
su ruda naturaleza y el no tener conocimiento de sí los ha reducido al
estado de los brutos, sin que haya diferencia de los unos a los otros, pues
si aquellos carecen de razón, estos otros la tienen mala, siendo sólo
diligentes para su propio daño. Y ninguno que estuviere apartado de la
verdad se podrá llamar bienaventurado, y sólo lo será el que tuviere la
vida estable y firme y el juicio cierto y recto, porque el ánimo estará
entonces limpio y libre de todos males, cuando no sólo se apartare de las
heridas, sino también de las escaramuzas, esperando a pie quedo a defender
el puesto que se le encargó, aunque se le muestra airada y contraria la
suerte. Porque aunque el deleite se extienda por todas partes, y por todas
las vías influya, y con halagos ablande el ánimo y saque de unas caricias y
otras, con que solicite todos nuestros sentidos, ¿cuál de los mortales, en
quien se halle rastro de hombre, habrá quien quiera que el deleite esté de
día y de noche haciéndole cosquillas, para que desamparando el ánimo venga a
servir a las comodidades del cuerpo?
Capítulo VI
Dirá alguno que también el ánimo ha de tener sus deleites. Téngalos en buen
hora y siéntese a ser juez árbitro de la lujuria y los demás pasatiempos, y
llénese de todo aquello
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