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en otras, en que los términos y vecinos, siendo preguntados, no dejan errar el camino; pero en ésta el más trillado y más frecuentado es el que más engaña. En ninguna  cosa, pues, se ha de poner mayor cuidado que en no ir siguiendo, a modo de  ovejas, las huellas de las que van delante, sin atender a dónde se va, sino por dónde se va: porque ninguna cosa nos enreda en mayores males, que el dejarnos llevar de la opinión, juzgando por bueno lo que por consentimiento de muchos hayamos recibido, siguiendo su ejemplo y gobernándonos, no por razón, sino por imitación, de que resulta el irnos atropellando unos a otros, sucediendo lo que en las grandes ruinas de los pueblos, en que ninguno cae sin llevar otros muchos tras sí, siendo los primeros ocasión de la pérdida de los demás. Esto mismo verás en el discurso de la vida, donde ninguno yerra para sí solo, sino que es autor y  causa de que otros yerren, siendo dañoso arrimarse a los que van delante.  Porque donde cada uno se aplica más a cautivar su juicio que hacerle,  nunca se raciocina, siempre se cree; con lo cual el error, que va pasando  de mano en mano, nos trae en torno hasta despeñarnos, destruyéndonos con  los ejemplos ajenos. Si nos apartáremos de la turba, cobraremos salud,  porque el pueblo es acérrimo defensor de sus errores contra la razón,  sucediendo en esto lo que en las elecciones, en que los electores, cuando  vuelve sobre si el débil favor, se admiran de los jueces que ellos mismos  nombraron. Lo mismo que antes aprobamos, venimos a reprobar. Que este fin  tienen todos los negocios donde se sentencia por el mayor número de votos.

 

Capítulo II

 

Cuando se trata de la vida bienaventurada, no es justo me

respondas  lo que de ordinario se dice cuando se vota algún negocio: «Esto siente la  mayor parte», pues por esa razón es lo peor: porque no están las cosas de  los hombres en tan buen estado que agrade a los más lo que es mejor; antes  es indicio de ser malo el aprobarlo la turba. Busquemos lo que se hizo  bien, y no lo que está más usado; lo que nos coloque en la posesión de  eterna felicidad, y no lo que califica el vulgo, errado investigador de la  verdad. Y llamo vulgo, no sólo a los que visten ropas vulgares, sino  también a los que las traen preciosas; porque yo no miro los colores de que se cubren los cuerpos, ni para juzgar del hombre doy crédito a los ojos; otra luz tengo mejor y más segura con que discernir lo falso de lo verdadero. Los bienes del ánimo sólo el ánimo los ha de hallar; y si éste estuviere libre para poder respirar y retirarse en sí mismo, ¡oh!, cómo encontrará con la verdad, y atormentado de sí mismo, confesará y dirá: «Quisiera que todo lo que hasta ahora hice estuviera por hacer; por-que cuando vuelvo la memoria a todo lo que dije, me río en muchas cosas de  ello: todo lo que codicié, lo atribuyo a maldición de mis enemigos. Todo  lo que temí, ¡oh dioses buenos!, fue mucho menos riguroso de lo que yo  había pensado. Tuve amistad con muchos, y de aborrecimiento volví a la  gracia (si es que la hay entre los malos), y hasta ahora no tengo amistad  conmigo. Puse todo mi cuidado en levantarme sobre la muchedumbre  haciéndome notable con alguna particular calidad; ¿y qué otra cosa fue  esto sino exponerme a las flechas de la envidia y descubrir al odio la  parte en que me podría morder?» ¿Ves tú a estos que alaban la elocuencia,  que siguen las riquezas, que lisonjean la privanza y ensalzan la potencia?  Pues o todos ellos son enemigos o, juzgándolo con más equidad, lo podrán  venir a ser; porque al paso que creciere el número de los que se

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