Quien ama a los hombres, es amado por ellos; quien los respeta es, a
su vez, respetado. Supongamos que habiéndose portar con nosotros de una
forma descortés o grosera; si somos prudentes, lo primero que debemos
preguntarnos es si con anterioridad hemos cometido alguna descortesía con
dicha persona o si hemos sido injustos con ella; su actitud hacia nosotros
debe de tener algún fundamento. Caso de que lleguemos a la conclusión de que
no hemos cometido ninguna injusticia contra tal persona, sino que nos hemos
mostrado siempre con ella bondadoso y corteses, debemos seguir analizando
las posibles causas de actitud descortés o grosera. Si somos prudentes,
debemos reflexionar si hemos cometido la menor incorrección en nuestra
conducta. En el supuesto de que tampoco hayamos cometido incorrección
alguna, entonces la descortesía o grosería del ofendido carece totalmente de
fundamento y el hombre prudente, ante tal situación, debe concluir: “este
hombre no es más que un extravagante y un necio; en nada se diferencia de
una bestia, en cuyo caso, ¿por qué debe preocuparme la actitud o actos de
una bestia?”.
Gozar de prestigio y de consideración es una de las cosas que los
hombres ambicionan con más ardor.
El primer deber más importante de la piedad filial consiste en honrar
a nuestros padres como es debido. La mejor prueba de este amor a los padres
consiste en procurarles el sustento necesario.
No lo pudo hacer por medio de palabras, porque el Cielo no habla. El
Cielo manifiesta su voluntad a través de los méritos y buenas acciones de
los hombres. Esta es la única
manera con que manifiesta su voluntad. El Cielo ve a través |
de los ojos del pueblo; el Cielo oye a través de los oídos del pueblo.
El Cielo gobierna los acontecimientos del mundo sin ser visto; esta
acción oculta del Cielo es lo que se llama “El destino”.
Jamás he oído que un hombre que no actuara con rectitud lograse
enderezar a los demás. Menos aún podría lograr que los demás fueran sinceros
quien observara un comportamiento hipócrita.
Los ministros se conocen por las personas a quienes acogen en su casa
cuando están en la corte, y por las casas en que se alojan cuando están
fuera de ella.
Para que pueda trabarse una verdadera amistad, es preciso prescindir
de la superioridad que puedan otorgar la edad, los honores, las riquezas o
el poder. El único motivo que nos debe incitar a la amistad es la búsqueda
de las virtudes y el mutuo perfeccionamiento.
El superior debe honrar y respetar la sabiduría de sus súbditos, y el
inferior debe mostrarse respetuoso y cortés con sus superiores, en atención
a la dignidad que ostentan; respetar la dignidad y honrar a los sabios son
dos manifestaciones de un mismo deber.
Quien para permanecer fiel a sus principios rechaza ser elevado a una
condición honrosa permanece feliz aún sin honores. Quien para no apartarse
del recto camino rechaza unas rentas permanece gozoso en su pobreza.
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