bien.
Si los maestros enseñan con claridad los deberes a todos los
ciudadanos del reino, estos vivirán entre sí en concordia y armonía.
La generosidad consiste en repartir las riquezas entre los
necesitados; la rectitud consiste en buscar el camino del bien a los
descarriados; la bondad es la virtud que debe poseer el emperador para
ganarse el afecto de todos sus súbditos.
En este mundo sólo se pueden seguir dos caminos: el del bien o el del
mal; no existe otra posibilidad.
Los reinos pequeños imitan a los poderosos, pero se avergüenzan de
recibir órdenes de ellos y no quieren acatarlas.
Los reinos perecen a causa de su interna descomposición antes de que
los demás reinos los ataquen.
Buscáis el camino recto a lo lejos y lo tenéis junto a vosotros.
Creéis que el bien consiste en la realización de cosas difíciles, cuando no
es más que realizar con rectitud las cosas fáciles.
Cuando se emprenden guerras para conquistar nuevos territorios, los
campos quedarán cubiertos por los cuerpos de las víctimas.
No puede pensarse en ningún mal mayor que en la pérdida del mutuo
afecto y cariño entre padres e hijos.
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Hay hombres que tienen fama de grandes creadores porque nunca nadie les ha
refutado sus endebles argumentos. Uno de los principales defectos de los
hombres consiste en pretender erigirse en modelo de los demás.
Las normas de conducta son inmutables, todos los Santos han obrado de
conformidad con sus principios.
Cuando el príncipe empieza a imponer castigos a sus funcionarios sin
que hayan cometido delito alguno, los ministros prudentes se apresuran a
abandonar el reino.
Si el príncipe es justo, nadie será injusto; si el príncipe es
bondadoso, nadie será cruel.
Es preciso que los hombres conozcan el mal para poder evitarlo y
entregarse a la práctica del bien.
Quien divulga las acciones viciosas de sus semejantes construye su
propia ruina.
El hombre noble conserva durante toda vida la ingenuidad e inocencia
propias de la infancia.
El hombre sabio, en cuanto ha alcanzado una virtud, se aferra
fuertemente a ella y ya no la pierde jamás; en cuanto ha perfeccionado al
máximo la virtud adquirida, la guarda cuidadosamente en su interior como
fuente inagotable de energía.
Las palabras en sí mismas son inocuas, pero sus consecuencias pueden
ser funestas si son despectivas.
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