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Vi a los hombres cosechando trigo y a sus esposas reuniendo las gavillas y cantando alegres canciones.

 

Vi a una mujer que se adornaba con una corona de lilas. Vi que la amistad entre el hombre y todas las criaturas se estrechaba, y familias de pájaros y mariposas, confiadas y seguras, que volaban hacia los arroyos.

 

Vi que no había pobreza; tampoco encontré exceso. Vi que la fraternidad y la igualdad reinaban entre los hombres.

 

Vi que no había médicos, porque cada uno tenía los medios y el conocimiento para curarse a sí mismo.

 

Encontré que no había sacerdotes, porque la conciencia había llegado a ser el Supremo Sacerdote. Tampoco vi abogados, porque la Naturaleza había tomado el lugar de los tribunales y regían tratados de amistad y unión.

 

Vi que el hombre sabía que él es la piedra fundamental de la creación y que se ha elevado por encima de la pequeñez y bajeza y ha arrancado el velo de la confusión de los ojos del alma. Esta alma ahora lee lo que las nubes escriben en el cielo y lo que la brisa dibuja sobre la superficie del agua; ahora entiende el significado del perfume de las flores y las modulaciones del ruiseñor.

Desde atrás del muro del Presente, sobre la plataforma de las edades venideras, vi a la Belleza como a una novia y al Espíritu como a un novio; la Vida era la Noche ceremonial del Kedre.

   

HISTORIA Y NACIÓN

 

        A orillas de un arroyo que serpenteaba entre las rocas, al pie del Monte Líbano, se sentó una pastora, rodeada por su rebaño de ovejas flacas que pacían la hierba’ seca. Miró hacia el crepúsculo distante como si el futuro estuviera pasando por delante de ella; las lágrimas habían enjoyado sus ojos como gotas de rocío que adornan las flores. La pena le había entreabierto los labios para penetrar en ella y ocupar su corazón suspirante.

 

Después de la puesta del sol, cuando lomas y sierras se ocultaban entre las sombras, la Historia se plantó ante la doncella. Era un anciano cuyo cabello blanco caía como nieve sobre su pecho y sus hombros y en su mano derecha llevaba una hoz afilada. Con voz rugiente como el mar dijo:

 

-La paz sea contigo, Siria.

 

La doncella se levantó, temblando temerosa, y preguntó:

 

-¿Qué quieres de mí, Historia?-Señaló entonces a sus ovejas y dijo:-Esto es lo que queda de un saludable rebaño que una vez llenó este valle. Esto es todo lo que tú codicia me dejó. ¿Ahora has venido a

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