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Siria; de aquí el nombre de Rhinocolura que se dio a aquella comarca. ¿Crees que fue indulgente por no  haber cortado otras tantas cabezas? deleitose con nuevo género de suplicio. Cosa parecida amenazaba a los Etiopes, por cuya longevidad se les llamó Macrebios. Porque no presentaron humildemente la cerviz a la esclavitud; porque contestaron a sus legados con libertad que los reyes llaman insolencia, Cambises avanzaba enfurecido contra ellos; pero sin provisiones, sin haber hecho reconocer los caminos, arrastraba consigo, por ásperas soledades, todo el material de guerra: desde la primera jornada careció de lo necesario, sin encontrar recurso alguno en aquella región estéril, inculta y jamás hollada por la humana planta: primeramente combatieron el hambre con las hojas tiernas y retoños de los árboles; en seguida con cuero blandeado al fuego y todo aquello que la necesidad convertía en alimento; más adelante, cuando en medio de las arenas faltaban también las hierbas y raíces y se descubrió inmensa soledad desprovista hasta de animales, los soldados se diezmaron para obtener alimentación más horrible que el hambre. La ira, sin embargo, impulsaba hacia adelante al Rey, hasta que, perdida una parte del ejército, comida otra, temiáse le llamase también al sorteo: entonces dio al fin la señal de retirada. Durante este tiempo reservaban para él aves delicadas, y camellos llevaban todo el material de sus cocinas, mientras los soldados preguntaban a la suerte quién había de morir miserablemente y quién había de vivir peor aún. 

       XXI. Cambises se irritó contra un pueblo desconocido e inocente, pero digno; Ciro, contra un río. Cuando corría apresuradamente al cerco de Babilonia, porque en la guerra la oportunidad da el triunfo, quiso vadear el Gynden, desbordado entonces, cosa peligrosa hasta cuando el río, merced a los ardores del verano, se encuentra en su nivel más bajo. Arrastrado por la corriente uno de los blancos caballos que tiraban de la carroza real, indiguose profundamente Ciro, y juró que aquel río que arrastraba sus caballos quedaría reducido al punto de que las mujeres pudiesen atravesarlo y pasear en él. Trajo a aquel punto, en efecto, todo su material de guerra y puso a la obra a sus soldados, hasta que cada orilla quedó cortada por ciento ochenta canales, y desparramadas las aguas se dividieron por trescientos sesenta arroyos, dejando en seco el lecho del río. Perdió pues, el tiempo, cosa muy grave en las grandes empresas; el ardor de los soldados, agotado con inútiles trabajos, y la ocasión de sorprender a gente desprevenida, mientras hacía al río la guerra declarada al enemigo.

 

        XXII. Esta locura (¿cómo llamarla de otra manera?) se apoderó también de los Romanos. C. César destruyó cerca, de Herculano una quinta bellísima porque su madre estuvo presa en ella algún tiempo, eternizando por este medio aquel suceso; porque, mientras estuvo en pie, se pasaba junto a ella, y ahora se pregunta la causa de su ruina.

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