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QUÉ DEBEMOS CUSTODIAR

     

             Mi labor habrá concluido si consigo convencer a la humanidad de que cada hombre o cada mujer, sea cual fuere su potencialidad física, es el guardián de su dignidad y de su libertad. Este amparo es posible, aun cuando el mundo entero se vuelva contra el único que sea capaz de resistir.     

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      Si continúa la demencial carrera armamentista, desatará una matanza jamás vista antes en la historia. Si alguien resulta triunfante, esa victoria vana será como una muerte en vida para la nación que se alce como victoriosa.

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      La vida es una aspiración. Su misión es esforzarse por la perfección, que es la autorrealización. El ideal no debe ser rebajado por nuestra debilidad o nuestra imperfección. Tengo dolorosa conciencia de que ambas se encuentran en mí. Diariamente, mi grito silencioso le pide a la verdad que me ayude a erradicar de mí tal debilidad y tales imperfecciones.

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      El rumbo más seguro es creer en el gobierno moral del mundo y, en consecuencia, en la supremacía de la ley moral, la ley de la verdad y del amor.

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      Inicia tu día con una plegaria y hazla tan conmovedora como para que perdure en ti hasta el atardecer. Concluye el día con una plegaria, para

disfrutar de una noche pacífica libre de sueños y de pesadillas. Que la forma de la plegaria no te preocupe. Deja que se manifieste como sea: tal es el modo en que nos pone en contacto con lo divino. Cabe apenas una precaución: cualquiera que sea su forma, no permitas que el espíritu se disperse mientras las palabras de la plegaria emanan de tu boca.

 

EL AYUNO VERDADERO

 

         Debo someterme a una purificación personal. Debo alcanzar la condición de registrar mejor hasta la más leve variación de la atmósfera moral que me rodea. Mis plegarias deben expresar más verdad y humildad. No hay nada más purificador que el ayuno verdadero para lograr la expresión más íntegra de uno mismo: el dominio del espíritu sobre la carne.

 

CONQUISTAR LA VERDAD

           

      El sendero de la paz es el sendero de la verdad. Conquistar la veracidad es más importante que conquistar la paz. Por cierto, la mentira es la madre de la violencia. El hombre veraz no logrará ser violento durante mucho tiempo: en el curso de su búsqueda advertirá que no precisa ser violento. Después, descubrirá que mientras persista en él un mínimo rastro de violencia, no conseguirá encontrar la verdad que procura.

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      No bien desaparezca el espíritu de explotación,

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