La tarde que llovio
 

              

 

 

LA TARDE QUE LLOVIÓ

 

 Cuento corto

 

 

El día estaba soleado a pesar de que habían anunciado por la radio que iba a llover toda la tarde.

 

Juan, como era su costumbre, se acomodaba en su mecedora en las horas de la tarde después de haber hecho sus labores matutinas a arrullándose bajo el pórtico de su casa, y sentir pasar la la tarde.

 

Juan se mecía perezosamente mientras miraba distraído al fondo de la larga calle. Los días pasaban por lo general sin ninguna importancia, no había emociones fuertes por las que preocuparse. Acostumbraba leer en las tarde novelas y así mataba las tardes cálidas de su ciudad. La Virginia, donde él vivía, los calores de la tarde hacia que la gente se refugiara en el interior de sus casas cerca de un ventilador.

 

Golpeaba el piso suavemente con sus sandalias mientras se mecía y se perdía en memorias pasadas. Su rostro daba la sensación de estar perdido, distraído y sus ojos entre abiertos dando la sensación que miraba pasar la gente frente a su casa.

 

Calle arriba le llama la atención ver un hombre venir corriendo y tras de él otro, alguien lo persigue a unos cuantos metros a su espalda. Las dos hombres se van acercando hasta alcanzar el pórtico de su casa. Pasan los dos hombres corriendo a pocos pasos el uno del otro con expresiones ya de fatiga.

 

El que va detrás lleva en su mano derecha un puñal. Su cara esta pálida y su expresión de cansancio. Corren unos cuantos metros más y el que va adelante, se detiene de repente y gira quedando de frente a su agresor.

 

El hombre del puñal no alcanza a detenerse y chocan  violentamente. Caen al suelo y ruedan escuchándose el sonido de voces entrecortadas en medio de su forcejeo en el suelo.

 

En el momento de girar el que corría adelante, saca de uno de sus bolsillos su navaja y la empuñaba sosteniéndola a la altura de su cintura.

 

El impacto de los cuerpos hace que Juan regrese a la realidad y vea como los dos hombres se desploman rodando por el suelo.

 

La hoja de la navaja penetra en el corazón del hombre que sostenía el puñal. El perseguidor queda mortalmente herido. Su cuerpo se va relajando quedando extendido en el pavimento.

 

Juan mira a los dos hombres tendidos en el suelo. Un viento fresco se deja sentir en medio del calor de la tarde. El día sigue igual, como otro día más. Todo queda en silencio por unos segundos y el canto de un turpial se escucha al fondo de la casa. Todo regresa a la normalidad de la tarde.

 

Un hilo de sangre se ve correr por el pavimento y un muerto más hubo ese tarde.

 

Juan miró por primera y última vez los ojos del asesino. Sus miradas se cruzaron por unos segundos. No hubo confusión. El hombre permaneció por unos segundos pensativo, luego se incorporó y nuevamente se echó a correr hasta perderse al doblar la esquina.

 

Esa tarde llovió como lo habían dicho por la radio.

 

 

 

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