El ultimo sueno
 

              

   

EL ÚLTIMO SUEÑO

 

Era de esos amaneceres lúgubres de mediados de otoño. Se podía sentir el olor de la basura y las ratas caminar entre ella por ese callejón. Me detuve por unos segundos a mirar a mí alrededor con la sensación de que alguien estaba muy cerca. Por un instante sentí el vaho de su respiración a mi espalda.  Me conmocionó esta sensación y por un instante quedé suspendido en el tiempo, regresé en mi en el momento que caía una gota de agua sobre cabeza. Comencé a caminar nuevamente por aquel callejón solitario entre la neblina, los pasos sonaban sordos contra el empedrado, la luz de una lámpara medio perdida se veía confundida entre la bruma. Los edificios con sus escaleras de incendio hacían sentir más la soledad. De cuando en cuando se veía salir personas que se esfumaban en la distancia.

 

La luz del sol de la mañana comenzaba a penetraba a través de la neblina y se podía ver ya en las calles a los transeúntes, envueltos en sus abrigos y toser de cuando en cuando. Abroche la chaqueta con la esperanza de mantenerme cálido y continué caminando el resto de la mañana.

 

Al llegar a casa me dirigí al baño y dejé correr el agua para llenar la tina con agua bien caliente. Me desnudé con esa habitual costumbre, caminé al baño y me sumergí en la tina. Por unos minutos me quedé dormido y de repente oí una voz que venía de afuera, era como si alguien gritara mi nombre fuertemente. Me senté rápidamente, miré confundido en todas las direcciones buscando la voz que me llamaba. No hubo señal alguna a mi alrededor, todo permanencia igual. La puerta entre abierta del baño dejaba colar un viento frío que me alcanzaba la cara y el pecho.

 

Me levante lentamente mirando por entra el marco de la puerta. Tomé la toalla, me seque mientras me concentraba a indagar de donde venía la voz. Di dos pasos, quedé frente al espejo mirándome. Estaba sorprendido de lo que pasaba. Miré fijamente al otro yo que se movía al mismo ritmo en el espejo. Mi mirada se quedó fija, alcé lentamente la mano para tocar el rostro que veía. Moví suavemente la mano hacia el espejo con la seguridad absoluta de tocarme. En el último segundo, cuando casi tocaba con mis dedos el espejo, saltó la duda y mis yemas chocaron contra él. La retiré y di un paso atrás, controlé mis nervios y dejé que mi mente se relajara. Salí de allí dirigiéndome al guardarropa a terminar de vestirme, luego caminé a la cocina a prepararme una taza de café.

 

Sentado frente al escritorio recosté la cabeza sobre el lomo del sillón, dejé que mis músculos se relajaran. La sensación de que algo se movía detrás de mí era casi perceptible, me voltee rápidamente, pero todo estaba intacto al alrededor, sólo un libro se cayó del estante. Me levante y caminé hacia él y lo coloqué nuevamente en su sitio.

 

Ese día trabajé como de costumbre. Por aquel tiempo me dedicaba a investigar sobre los fenómenos paranormales, mi mesa siempre estaba llena de libros viejos, que circulaban poca en las bibliotecas. Estos libros raros y curiosos me servían para entender los misterios de las ciencias ocultas.

 

Ya en las horas de la tarde dejé los papeles sobre el escritorio y me tiré sobre el sillón a descansar, era como dejar que mi cuerpo flotara en el vacío. Cerré mis ojos y caí en un sueño profundo.

 

No puedo recordar lo que pasó, hay una laguna en mi mente, como si el tiempo no hubiese existido mientras dormía, sólo recuerdo que el teléfono sonó y estiré mi mano para contestarlo. Escuché una voz a través de él que me hablaba y no podía entender claramente  lo que decía.

 

- Hola, -

 

- ¿Si?- Le conteste.

 

- Si, Tú.- Me respondieron secamente.

 

- ¿Quién habla?- Pregunté curiosamente.

 

- ¿Soy yo, no me recuerdas? Acaso me has olvidado.-

 

Busqué rápidamente en los escondites de mi memoria este timbre de voz y entre más lo buscaba más me confundía.

 

- ¿Recordarte? - le dije en tono pensativo como si una pequeña luz me dieran pistas sobre la voz que escuchaba.

 

- Sí, soy el otro yo, el del espejo.- Era tan segura su afirmación que me hizo estremecer. Pensé velozmente en todas las cosas, aludes de figuras rondaron por mi pensamiento desapareciendo luego en la oscuridad de mi mente con la misma velocidad que llegaron.

 

- ¿De qué espejo me estás hablando?- Dije.

 

- Tu sabes muy bien de que estoy hablando.-

 

Miré en mi interior, comencé a recordar rápidamente los sucesos del día, vi mi imagen proyectada en el espejo y de repente se rompía.

 

- Tu sabes que todos los espejos están rotos.-

 

Hubo una pausa y silenciosa.

 

- Ahora ya sabes de qué estoy hablando.-

 

- No, no es posible, yo conozco esa voz. Me dije asustado y perplejo.

 

- ¿De qué voz hablas?

 

- De tu voz. ¿Acaso no la conoces? Le dije en tono afirmativo.

 

- ¡Oh! - Exclamé,

 

- Ya comprendo, pero está bien. Pronuncio secamente mientras terminaba la frase.

 

Continuando luego.

 

-Bueno  ahora me toca explicarte todo lo referente al espejo y así estarás más tranquilo.

 

De inmediato reaccioné negativamente, movido por la desconfianza le dije.

 

- No hay ninguna explicación referente al espejo, cualquier palabra que pronuncie romperá  el hechizo y no estoy dispuesto a que eso suceda.-

 

- Esta bien, tú te harás responsable. -

 

Se hizo un silencio y quedé con la sensación de estar flotando en el espacio. Miré a mi alrededor buscando que era lo que sucedía, pero no había nada, sólo la oscuridad de la noche.

 

- ¿Me escuchas? ¿Contesta? No tengas miedo. Nuevamente me hablo la voz.

 

- ¿Miedo?- Le respondí inmediatamente.

 

- ¿Tú sabes de qué estoy hablando?-

 

- No deseo hablar más contigo. Estoy un poco fatigado.-

 

- Espera los últimos segundos.- Dijo.

 

- ¿Qué importa?, yo ya sé cuál será  el final.-

 

- Es sorprendente, pensé que te negarías en el último momento, me voy.- La voz me dijo.

 

- Bien.- Respondí.

 

Oí su voz que comenzaba a vibrar en todo mí ser y decía.

 

- Anda y clávate el cuchillo. Tu sabes en que sitio.-

 

Se hizo un silencio apacible y el silbido de la tetera lo cortó violentamente.

 

Siento caer una gota fría sobre mi columna vertebral y va bajando lentamente hasta la última vértebra. Miro al alrededor, veo la máquina de escribir que no ha terminado una frase, los manuscritos esparcidos sobre la mesa y los libros cerrados, el sofá vacío en su sitio y mi cuerpo flácido con los brazos desgonzados que cuelgan de los hombros, la cabeza hacia atrás recostada sobre el sillón y con los ojos cerrados, entre la oreja izquierda y el hombro veo correr un hilo de sangre y un pedazo de espejo clavado en mi garganta.

 

 

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